Cinco minutos más por favor

Hay veces que al despertar se sigue soñando.

Hay veces que al despertar una parte de nosotros prefiere permanecer en ese sueño, que podría no haber sido del todo placentero, pero que ha culminado abruptamente con los primeros vestigios del sol de la mañana, y nos ha quedado la curiosidad, la pequeña incertidumbre de saber si ese sueño tenía coherencia, si con unos minutos más habríamos podido entender su mensaje, su historia, o al menos su origen.

Hay veces que vamos caminando, en ese mundo paralelo, sin dirección fija, en una serie de conversaciones efímeras, sin color, con personajes que hemos visto en alguna parte de nuestras vidas, y que seguramente no tienen ninguna relación entre sí, pero ahí están, la noche menos pensada, hablando entre ellos, o hablando con nosotros sobre ellos, y es tanto nuestro asombro que no lo podemos disimular ni en el rostro del avatar que estamos usando en nuestra onírica aventura, y pasamos de un lugar a otro, hablando con él o con ella, queriendo saber más de esa extraña coincidencia.

Dormir es un ejercicio necesario, imprescindible para no morir de agotamiento, y en los sueños se ejecuta un programa de mantenimiento de nuestra mente, poco comprendido, pero sabemos que hay se mueve a pesar de que estamos descansando.

Hay veces que los sueños son simplemente hermosas intrigas que mantienen nuestra cordura entre los verdaderos días.